La tentación de San Antonio, pintado en el 1877, es una pintura que la hizo Cezanne en su etapa neo-clásica.
Retirado en el desierto, el eremita Antonio (San Antonio Abad o San Antón, nace en Egipto hacia el año 250), es asaltado por visiones diabólicas, a veces de alto contenido erótico. En estas tentaciones entra en escena el voyeur, el mirón, con su ambigua actitud, entre la resistencia y la complacencia, entre la distancia visual y el acercamiento táctil.
El cuadro representa a San Antonio en una situación comprometida y llena de tentaciones. Los colores oscuros acentúan el carácter diabólico de la situación, y Cezanne usa un tema religioso para dar rienda suelta a sus temores y pasiones...
Si lo cometamos de forma mitológica podríamos decir que, tal como quiere dejarle para la posteridad la iglesia, se trataría de un monje cristiano que entregó gran parte de su vida al ascetismo y, aunque en menor medida, a la prédica. A través de los siglos, ha sido tomado como modelo de santidad y pureza a raíz de su dedicación a la vida ascética y la defensa de los valores de la Cristiandad. Lo realmente interesante respecto a este sujeto es que, justamente, debido a que pasó muchos años viviendo en absoluta soledad en medio del desierto, surgió una serie de anécdotas en torno a él, casi todas por completo inverosímiles.
Y si lo comentamos desde el lado pictórico, tenemos a otros pintores que retomaron este tópico de las tentaciones de San Antonio, que son El Bosco, Jan Wellens de Cock, Diego Rivera y Dalí. En la pintura del Bosco, por ejemplo, se representa a san Antonio Abad como un anciano con el hábito de la orden y con un cerdo a sus pies. Todos son muy interesantes, desde todos los aspectos.