Gustav Klimt
Retrato de Eugenia Primavesi - 1913/14
La dama viste un colorista traje que sólo permite ver sus manos y un ligero escote -se trata del famoso traje reforma que se puso de moda en Viena en la década de 1910- donde podemos observar la admiración hacia el decorativismo mostrada por Klimt. Líneas y colores se comunican entre ellos en un libre diálogo. Las variadas tonalidades conforman una especie de mosaico en el que destaca la inteligente y atractiva mirada de Mäda. La influencia del arte japonés también está presente -tal y como habían hecho años atrás Manet, Van Gogh o Monet- tanto en la ausencia de perspectiva como en la decoración de la pared. El estilo caleidoscópico de la etapa final se encuentra presente en este trabajo, uno de los más atractivos de la producción del maestro vienés.
(detalle del cuadro) |
La obra representa a la esposa de Otto Primavesi, nuevo financista de los Wiener Werkstatte. Realizado no mucho después del segundo retrato de Bloch-Bauer, pierde la silenciosa austeridad que caracterizaba éste. Aunque la mujer es representada frontalmente y dirige al espectador una mirada distante, el resto del lienzo contradice toda posible rigidez.
El encuadre próximo, que excluye los pies, la abundancia de formas redondeadas y sobre todo la alegría cromática dan a la imagen un calor nuevo.
Las superficies se animan con colores vibrantes, con claro predominio del amarillo, cuya vivacidad es reforzada por el total abandono del signo gráfico que caracterizaba las obras de la década anterior por una pincelada más libre y suelta.
Frente a la intensificada sugestión de los Fauves, Klimt recupera uno de sus viejos estilemas, la aureola moderna, es decir, el elemento decorativo cuya función es destacar el rostro del personaje retratado. Un dibujo preparatorio deja ver que la pantalla azul era en realidad el respaldo de la butaca, pero en el cuadro su significado pierde importancia y el artista parece jugar con los elementos que aparecían en la primera serie de retratos para convertirlos en formas puras, ligeras e irreales, que contribuyen a hacer de los nuevos lienzos auténticos caleidoscopios.
La mirada del observador recorre rápidamente la cascada de flores abocetadas para centrarse en el rostro y las manos del personaje. Su seriedad resulta enajenante, pero prevalece la alegría del conjunto y la obra permanece en la memoria como una de las imágenes más resplandecientes realizadas por el artista.
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